Reseñas publicadas en la revista SCHERZO.
Nº 140, diciembre de 1999, pág. 131-132
ALESSANDRO BARICCO: El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin. Traducción de Romana Baena Bradaschia. Ediciones Siruela. Madrid, 1999. 90 págs.
La mayoría de críticos o comentaristas musicales (no sólo en España) son gente ajena a la formación musical profesional. Abundan, sobre todo, escritores, poetas, filósofos, también psiquiatras, ingenieros, arquitectos. En esta revista, sin ir más lejos, tenemos importantes ejemplos relacionados con la literatura: entre otros, Javier Alfaya, Blas Matamoro, Luis Suñén. En otros periódicos hacen crítica poetas como el novísimo Félix de Azúa. En fin, la lista sería interminable. No tengo nada en contra de ello, al revés, es un placer leer una crítica o crónica musical bien escrita, con un dominio literario que los músicos seguramente no tenemos. Desearía, incluso, que participaran en estas labores escritores de reconocida afición musical como Muñoz Molina, J. Marías o Molina Foix. Creo que la participación en cuestiones de opinión musical de todo este grupo de intelectuales ha dignificado una profesión que en España cayó en picado después de la guerra civil. No sólo el pueblo llano sino también la universidad desconsideraba despectivamente la música a pesar de que filósofos como Schopenhauer, Hegel o Nietzsche habían escrito sobre Música como arte sublime. El problema surge cuando los que escriben sobre música se apartan de sus dominios y se creen que saben más de lo que saben. Se dan casos de aficionados cronistas que apenas han descubierto la música clásica y haber leído un par de libros ya pontifican sobre la interpretación de cualquier autor, el uso del pedal en el piano o la técnica del arco en la cuerda. Me decepcionó, pero no me sorprendió, que mi admirado autor de Historia de un idiota contada por él mismo patinara sobremanera en las cuestiones musicales de su Diccionario de las artes (nada más lejos de mi ánimo que revivir aquella polémica en la 3ª de ABC con C. Halffter).
Siguiendo la misma pauta que los aficionados musicales que escriben sobre música me he tomado la arrogancia de hacer una crítica, crónica o reseña del libro que se relaciona arriba, a fin de cuentas mi formación filosófica de estudiante de bachillerato o de aficionado que ha leído unos pocos libros sobre la materia, al encarar un ensayo filosófico sobre música, no creo que desmerezca mucho de la del filósofo melómano aficionado que se convierte en crítico musical, o pensador sobre música como es el caso del italiano Alessandro Baricco en el libro que aquí se reseña.
Me interesé por este libro porque me había gustado mucho Seda, excelente novela por la que A. Baricco es conocido en España (escrita en ese estilo que Javier Tomeo, con cierta sorna, decía hace poco que sería el del futuro: novela corta y con pocas palabras) y en cuya contraportada dice: “Todas las historias tienen una música propia. Ésta tiene una música blanca. Es importante decirlo porque la música blanca es una música extraña, a veces te desconcierta: se ejecuta suavemente y se baila lentamente. Cuando la ejecutan bien es como oír el silencio y a los que la bailan estupendamente se les mira y parecen inmóviles. La música blanca es algo rematadamente difícil”. Después me enteré que Baricco era o había sido crítico musical, que tenía una cierta formación musical (aunque sus opiniones puedan provocar rechazo en muchos músicos se nota en este libro que conoce bastante bien la música, tanto teórica como práctica) y que había escrito otro libro, que desconozco, dedicado a Rossini, Il genio in fuga.
Pero vayamos con este libro en cuestión. El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin, subtitulado una reflexión sobre música culta y modernidad está dividido en cuatro ensayos (como una sinfonía en cuatro movimientos), La idea de música culta, La interpretación, La Música Nueva y La espectacularidad y una nota preliminar, fundamental para entender el libro. En ella Baricco nos dice que “al leerlo (el libro) puede parecer sobre todo una colección de certezas, pero escribirlo ha sido sobre todo una manera de enfocar determinadas dudas”. Todas las preguntas que se hace el autor se resumen en una: “¿cómo han reaccionado la idea y la práctica de la música culta al impacto con la modernidad?”. Pero la duda se apodera del lector cuando más adelante lee: “he usado el término modernidad en una acepción muy amplia y, se podría decir, un poco vaga. (...) E indudablemente muchas de las reflexiones contenidas en estas páginas se dirigen a un fenómeno que, con más precisión, debería haberse llamado posmoderno”. Esta es quizás la cojera del libro, no es una reflexión sobre música culta y modernidad sino posmodernidad, algo muy distinto y que cambia todos los enfoques. Así, muchas reflexiones y opiniones de Baricco en este libro causan fuerte rechazo vistas desde lo moderno y se entienden perfectamente, aunque no se compartan, desde lo posmoderno. Esta permanente ambigüedad a lo largo del libro, donde dice modernidad debería ser posmodernidad, produce un mareo en el pensamiento similar al viaje en barco con oleaje, llega un momento en que uno se siente perdido, no sabe por dónde ni hacia dónde va a pesar de que vea tierra firme en el horizonte. Pero Baricco es muy listo y como buen posmoderno remata elegantemente la nota preliminar, “Y además, en definitiva, para la (pos)modernidad es como para el jazz: ‘si tienes que preguntar qué es, no lo sabrás nunca’ (Louis Amstrong)”.
En el primer ensayo, La idea de música culta, (en Brasil dicen erudita) es donde está verdaderamente presente el título del libro, el antagonismo que genera la música (porque en sí misma lo es), esencia Metafísica y vulgar comercio que fácilmente se puede convertir, o se ha convertido, en vulgar metafísica y comercio esencial. Parece surgir de algunas de las dudas que antes nos ha manifestado el autor sobre la música, “¿Qué sentido tiene hoy en día hablar de su primado cultural y moral? ¿El modo en el que es consumida reitera ritos anacrónicos o tiene algo que ver con muestro tiempo?”. Baricco nos habla de las difusas e imprecisas fronteras que demarcan lo que es música culta en relación a otras músicas. ¿Quién las determina? La industria cultural las utiliza eficazmente, el público “se adecúa de buen grado”. Nos incita a abandonar los conceptos de iconos sublimes decimonónicos que hoy día tenemos y mantenemos por música culta y buscar en la (pos)modernidad la diversidad y el primado original que le devuelva (a la música) ese sentido de alusión “a un más allá tan enigmático como preciado” que el sentido común intuye, volviendo a ser “idea que deviene y no consigna que se vacía en el tiempo”. Pero cuidado, si “ese más allá se confecciona como formula y se adjunta con las entradas” las grandes obras se convertirán en “rígidos iconos de una mitología rancia” confinadas “en el parque natural de una espiritualidad dominguera”. Al final, para Baricco hay un “pequeño, salvador Apocalipsis. Es un Apocalipsis que tiene un nombre: interpretación”. Como ven, un ensayo que debería generar polémica, pero en la posmodernidad ésta parece que no existe, todo son certezas.
Querido lector, no sigo. Siento que en esta crítica el libro es una tentación continua a extraer citas y para eso es mejor que se compre el libro y las lea en su verdadero contesto; y la música y los músicos se lo agradeceremos porque se implicará un poco más en nuestros problemas. Sin embargo, no quiero que esto parezca un coitus interruptus e intentaré terminar dignamente, como un buen crítico.
El segundo ensayo, La interpretación, enlaza con el primero por medio de ese magnífico final en alto propio de primer movimiento de sinfonía. Yo, personalmente (como dicen los posmodernos), creo que es el mejor del libro. Partiendo de una cita de la Teoría estética de Adorno, Baricco nos conduce por las posibles interpretaciones de la interpretación, cuestionando sus grandezas y sus miserias, su metafísica y su comercio. La interpretación desde dos sujetos: el oyente y el intérprete.
¿Y el compositor? Para él deja Baricco los dos últimos ensayos. En La Música Nueva (en España siempre se ha dicho la Nueva Música, siguiendo la pauta alemana) se enfrenta de manera valiente con el problema de la música contemporánea y en muchas cosas no le falta razón. Sin embargo lo enfoca (él lo reconoce) desde una sola corriente, la escuela de Viena (que ha sido como una dictadura dentro de la música), y se empecina en exceso con el perfil lingüístico. Merecería la pena discutir este ensayo con Baricco en frente en un foro más amplio que un libro o una crítica de revista. El ensayo parece que está escrito a principios de los 90 y desde entonces han pasado muchas cosas en la Nueva Música, en este sentido se queda un tanto caduco y parcial. Lo más sorprendente es la propuesta que plantea para superar su trauma con la música contemporánea: falta espectacularidad, ya que la (pos)modernidad, ante todo, es espectáculo.
Así enlaza con el ultimo y más flojo ensayo del libro, La espectacularidad. En él incita a los compositores de la Nueva Música, para superar el supuesto problema de comunicación entre la música contemporánea y el gran público, a continuar por un camino que sería la mezcla de Puccini y Mahler, a los que dedica dos partes, lindamente ligeras comparadas con los primeros ensayos y que harán las delicias de sus seguidores, de las cuatro que divide este ensayo. Baricco maneja aquí supuestos prejuicios vigentes de los compositores actuales hacia estos compositores que se superaron ya hace mucho tiempo. El filósofo italiano nos señala el cine como ejemplo de fusión de estos dos autores, de espectacularidad (pos)moderna y modelo a tener en cuenta por los compositores actuales que quieran “volver a establecer una relación con las lenguas vivas que hoy pronuncian la (pos)modernidad y buscar una sintonía con el sentir colectivo” (lo siento, la tentación vive arriba). Me imagino que Baricco piensa en nuestro compatriota Almodóvar, que se ha convertido en Italia en un verdadero mito. Lo tendremos en cuenta.
Resumiendo: les aconsejo que compren este libro. Es polémico y nos les dejará indiferente. Lo amarán o lo odiaran. Unos lo verán viejo y caduco y otros muy presente y actual; así es la (pos)modernidad. La traducción es excelente y más teniendo en cuenta que trata terminología musical.
Al final, uno piensa en el título; que divertido y gracioso, muy comercial, muy posmoderno. Para los que no vayan a comprar el libro les contaré que está explicado en una cita al principio: “La música debe elevar el alma por encima de sí misma, ...”, G. W. F. Hegel, Lecciones de estética; “La producción de leche de las vacas que escuchan música sinfónica aumenta en un 7,5%”, de un estudio de la Universidad de Madison, Wisconsin.
Siguiendo esta pauta tan divertidamente posmoderna, nuestro amigo ROB podría convocar un torneo en su rincón ‘el disparate musical’. Comienzo con dos: La voluntad de Schopenhauer y el crecepelo japonés; La tragedia de Nietzsche y las plantas del Padre Mundina. Todo muy posmoderno.
Nº 170, diciembre de 2002, pág. 128
“Derroche de erudición”. BENET CASABLANCAS DOMINGO: El humor en la música. Broma, parodia e ironía. Edition Reichenberger, Kassel, Berlín, 2000. Colección DeMúsica. 403 págs.
El compositor, musicólogo y, actualmente, nuevo director del Conservatorio Superior del Liceo de Barcelona ha publicado este impresionante trabajo sobre el humor en la música (más propio de un doctorado universitario que de un libro al uso) que debería convertirse en un best-seller literario-musical. No porque sea un libro de fácil lectura (que no lo es) o porque esté lleno de chistes sobre músicos (que no va por ahí) o porque sea un libro gracioso (más bien todo lo contrario), sino por su impresionante trabajo de erudición musical -titánico esfuerzo intelectual que me trae a la memoria un lejano artículo de A. Guibert en esta misma revista sobre el complejo de los compositores españoles por quitarse de encima el mítico e incierto sambenito histórico de que intelectualmente eran un cero a la izquierda-; pues como iba diciendo, este trabajo en forma de libro, con una de las bibliografías musicales más completas que conozco, deberían tener en sus bibliotecas todos los conservatorios de cualquier nivel, escuelas de música, etc, y por supuesto todos los críticos y comentaristas musicales, ya que a partir de ahora no se les perdonará que en sus artículos, comentarios de programas de mano, de discos u lo que sea (que decía el zarzuelista), no consulten en este libro si la obra respectiva tiene algo que ver con el humor musical tal como el autor nos aclara al principio: "Lo que se entiende comúnmente por humor cubre, en realidad, una amplia gama de registros y de procedimientos, abarcando desde la broma más sencilla y directa a la de carácter más elaborado y sofisticado, de la mímesis y la parodia a la desviación sintáctica y la ironía, vertientes todas ellas que serán debidamente ilustradas en las líneas que siguen. La expresión humorística nos interesa aquí sobre todo en tanto que caso particular de la transgresión sintáctica, entendiendo por tal la conculcación de lo previsible y la consiguiente introducción del factor sorpresa, con el desmentido puntual o continuado de las expectativas primeras suscitadas, que se sustentan en las ideas básicas de regularidad y simetría".
Como decía más arriba, este futuro best-seller -estoy seguro- es un libro difícil de leer, más no tanto por su redacción (que también a veces) sino por la cantidad de notas al pie; son tantas que dificultan la lectura del libro (ya me entienden, aquello de los árboles no dejan ver el bosque). Me imagino que tal derroche de erudición las exige y las justifica en este libro que en realidad no es un libro sino dos: el libro en sí (que diría Kant) y las notas al pie (no me he puesto a ello pero estoy seguro que ocupan más que el propio libro). No sé si los editores y el autor han pensado en la posibilidad de editarlos por separado; ejemplos hay, como esa maravilla de Bartleby y compañía de E. Vila-Matas que se ha publicado como un libro de notas al pie de un libro por escribir.
Otras cosas, en cambio, se echan en falta, como por ejemplo una redacción del texto que haga honor al título, a veces uno pediría menos lenguaje de corte cientifista y un poco más de humor; y en mi humilde opinión, una mayor presencia de la música española, ámbito geográfico-cultural donde, en esta época de globalización musical, está incluido como compositor el autor de este libro que, por otro lado, deja las cosas claras desde el principio diciendo que se va a ocupar sobre todo de la música centroeuropea (verdadero imperialismo musical de nuestra época) y en especial del grandísimo J. Haydn. Pero, me pregunto si la falta de la música española (a decir verdad hay unos cuantos ejemplos en el libro) obedece a la creencia de que apenas ha existido y hay pocas cosas interesantes, cosa totalmente incierta, o a la típica postura de mucha gente de este rincón del mundo que cree que es más erudita cuanto más exótico, lejano o extraño es el asunto a citar.
Sorprende que en un libro como éste tan erudito y de carácter enciclopédico sobre el tema que trata, aparece citado hasta el filósofo-místico sueco Emanuel Swedenborg (de quien, por cierto, todavía existe en Manchester una iglesia que sigue sus enseñanzas), no se hable de las maravillosas piezas humorísticas de Juan del Enzina o apenas de tantas otras del Cancionero de Palacio. El profesor Casablancas se olvida también de un antecesor suyo en la admiración por Haydn, el poeta-músico Tomás de Iriarte (seguramente el mayor admirador del alemán que ha habido en nuestro país), de quien me imagino que conoce el poema La música y otros alusivos al gran Haydn: "Sólo a tu númen, Hayden prodigioso, / las musas concedieron esta gracia / de ser tan nuevo siempre, y tan copioso, / que la curiosidad nunca se sacia / de tus obras mil veces repetidas". Se ha olvidado de esos graciosísimos cánones que Iriarte compuso para cantar en sociedad con títulos como: Una vieja comió seis besugos, Para hacer bien y decir misas, El patético, El armonioso, etc, donde la gracia no sólo está en el texto sino en la melodía musical; o esa obra cumbre de otro contemporáneo español de Haydn: Los locos, una especie de ópera-disparate del genial iconoclasta y, seguramente, el mayor heterodoxo musical español, Félix Máximo López, donde encontramos números increíbles como: Contradanza macarrónica, La lectura de la Gazeta, El sermón, Música secreta, Tarde en los toros, Terceto de un sordo, un ciego y un mudo, Música antigua, etc, o la sorprendente fuga sobre la suegra de Blas, donde se narra el regreso de la susodicha desde los infiernos para ajustarle las cuentas al pobre Blas. Sería magnífico y beneficioso para nuestra cultura que ese gran intelectual que es Benet Casablancas dedicará un trabajo de similar envergadura a la música española.
Queridos lectores, les recomiendo que se hagan con este impresionante libro que de seguro les abrirá una nueva y fascinante visión de la música que tanto amamos.